Argentinos del Atlético destacan ante Seattle
En una tarde de alta tensión en el Mundial de Clubes, con la sombra de la eliminación pendiendo sobre sus cabezas como una espada, los argentinos del Atlético de Madrid fueron clave en una victoria imprescindible: 3-1 frente a Seattle Sounders. Cuando la urgencia aprieta y el margen de error se vuelve mínimo, aflora el temple de los que están hechos para resistir. Y ahí, entre el vértigo del juego y los latidos del corazón rojiblanco, emergió con fuerza el nombre de Giuliano Simeone, el hijo del entrenador y, sobre todo, uno de los motores del equipo.
Fue él quien encendió la mecha cuando más lo necesitaban. En el primer gol, desbordó con ímpetu y, en lugar de atropellar, frenó, pensó y asistió a Barrios con una lucidez impropia de su juventud. En otra escena clave, encaró con decisión, esquivó rivales como si fueran sombras y terminó recibiendo el penal que empezó a inclinar el partido. Pero su influencia no se midió solo en jugadas puntuales: corrió cada pelota como si fuera la última, presionó con fiereza y no le esquivó al roce ni al compromiso. Fue corazón y cabeza, garra y pausa. En un equipo necesitado de gestos de carácter, Giuliano ofreció una actuación cargada de simbolismo: jugó con la sangre, con el apellido y con la convicción de los que no negocian el esfuerzo.
A su lado,Rodrigo De Paul tejió el juego con su habitual sentido del ritmo y precisión quirúrgica. A los 9 minutos, frotó la lámpara con un pase magistral que dejó a Julián Álvarez solo frente al arquero. Fue el inicio de una noche donde se lo vio claro, conectando con Koke en la conducción, dando orden a un mediocampo que por momentos se vio desbordado, pero que encontró en el argentino a su mejor brújula. De Paul no necesitó brillar para influir: bastó con su inteligencia y temple para sostener al equipo en los pasajes más difusos del encuentro.
Julián Álvarez, por su parte, tuvo la ocasión de abrir el marcador temprano, tras la asistencia de De Paul, pero su remate se fue apenas desviado. Fue un síntoma de su partido: movilidad permanente, asociaciones fluidas, pero una pizca de falta de precisión en los metros finales. Aun así, su aporte fue constante, siempre dispuesto a ofrecerse como opción, siempre disponible para construir desde el juego.
Desde el banco, el Cholo tejió un partido de claroscuros. Su planteo inicial fue audaz, con vértigo ofensivo, pero también dejó grietas atrás. Supo corregir en el segundo tiempo, acertó con los cambios —Witsel entró y convirtió— y logró que el equipo respondiera con mayor solidez cuando el reloj empezó a apretar. Como sus jugadores, alternó luces y sombras, pero el resultado terminó dándole la razón.
En los minutos finales también ingresaron Ángel Correa, que ofreció destellos de su clase con diagonales punzantes y control preciso, y Nahuel Molina, que en su breve aparición mostró voluntad de proyectarse y ganar metros por la banda.
Así, en una tarde que pedía buenos rendimientos, los argentinos estuvieron a la altura. Y entre todos ellos, brillando con luz propia, se destacó Giuliano Simeone, dejando en claro que no solo lleva un apellido sino también una mística que,en partidos como este,vale más que cualquier táctica.